Traducir, en general, no es fácil. El lenguaje está intrínsicamente relacionado a la experiencia sociocultural y por lo tanto a todos aquellos pormenores emocionales que surgen de tales vínculos. El caso del humor y las aristas que conlleva a la hora de la traducción, es más que conocido. Todo esto se acentúa en la traducción poética. En poesía todo es ambigüo, las significaciones plurivalentes y, sin embargo, el lenguaje poético sigue partiendo de una experiencia sociocultural clara y definida, lo mismo que el registro diario del lenguaje. Recientemente, platicando con un poeta, me comentaba que la poesía únicamente debe ser traducida por poetas. No estoy del todo de acuerdo. Es decir, hay traductores de poesía que tienen la suficiente sensibilidad poética para recrear el texto de tal forma que logre producir un efecto similar al del poema original. Son los traductores que se vuelven verdaderos poetas en el delicado acto de la traducción. Por otro lado, y haciendo honor a la verdad, los poetas también pueden ser pésimos traductores. Se da el caso de los poetas que al traducir, posiblemente conducidos por la propia vocación, se dejan llevar por las palabras y su visión estética, creando traducciones en las que poco queda del texto original. No estoy implicando que un poeta no pueda ser un buen traductor de poesía, ni que un traductor que no es poeta es el único calificado para traducir. Simplemente es cuestión de situaciones, de balance, y sobre todo, de talento.
En este sentido Francisco Macías Valdés es un excelente traductor poético. Pocas personas saben que, de hecho, vive de la traducción. Mi encuentro con él fue fortuito, una de esas cosas que pasan en la vida y son verdaderas bendiciones. Hace varios años fue mi alumno en una clase de literatura medieval, uno de los estudiantes más brillantes y más cultos que he tenido. En aquella ocasión le regalé la primera edición de De cruz y media luna, publicado en Tierra de Libros. Después Francisco se marchó a Colorado, a continuar sus estudios de Literatura Inglesa. Un día me escribió para contarme que estaba traduciendo algunos poemas del libro y me los envió. Me impresionaron sus traducciones, así de simple. Los mitos de que una mujer debe ser traducida por una mujer o de que sólo un poeta puede traducir a otro, cayeron bajo su propio peso. Francisco es un traductor nato, basta saber su biografía para entenderlo, conoce bien los dos mundos y las dos lenguas. Tiene una tendencia irrevocable hacia la pulcritud y el detalle, imprescindibles en el acto de la traducción. Y más que nada tiene sensibilidad poética. Ha hecho algunas incursiones en el desarrollo de su propia obra, pero sigue estrujándole el corazón la recreación poética. A mí me impresiona de manera particular su respeto por el texto original y su capacidad para rehacerlo en otra lengua como si hubiera nacido de ella. El escritor Raúl Macín (Q.E.P.D), editor de la segunda edición del libro en Claves Latinoamericanas, y buen conocedor de la lengua inglesa, quedó profundamente impresionado por las traducciones, y cuando se lanzó al proyecto no dudó en llamar a Francisco para que hiciera la traducción completa.
Francisco Macías Valdés ha demostrado su capacidad más allá de este libro, y seguirá haciéndolo. No lo digo yo, lo dicen varios expertos. Me consta que es buscado por muchos poetas y editoriales. También me consta que es selectivo y que no traduce poesía si no siente el aguijonazo: esa vital necesidad de adentrarse en un texto ajeno y volverlo propio. Así se forja un traductor.
En este sentido Francisco Macías Valdés es un excelente traductor poético. Pocas personas saben que, de hecho, vive de la traducción. Mi encuentro con él fue fortuito, una de esas cosas que pasan en la vida y son verdaderas bendiciones. Hace varios años fue mi alumno en una clase de literatura medieval, uno de los estudiantes más brillantes y más cultos que he tenido. En aquella ocasión le regalé la primera edición de De cruz y media luna, publicado en Tierra de Libros. Después Francisco se marchó a Colorado, a continuar sus estudios de Literatura Inglesa. Un día me escribió para contarme que estaba traduciendo algunos poemas del libro y me los envió. Me impresionaron sus traducciones, así de simple. Los mitos de que una mujer debe ser traducida por una mujer o de que sólo un poeta puede traducir a otro, cayeron bajo su propio peso. Francisco es un traductor nato, basta saber su biografía para entenderlo, conoce bien los dos mundos y las dos lenguas. Tiene una tendencia irrevocable hacia la pulcritud y el detalle, imprescindibles en el acto de la traducción. Y más que nada tiene sensibilidad poética. Ha hecho algunas incursiones en el desarrollo de su propia obra, pero sigue estrujándole el corazón la recreación poética. A mí me impresiona de manera particular su respeto por el texto original y su capacidad para rehacerlo en otra lengua como si hubiera nacido de ella. El escritor Raúl Macín (Q.E.P.D), editor de la segunda edición del libro en Claves Latinoamericanas, y buen conocedor de la lengua inglesa, quedó profundamente impresionado por las traducciones, y cuando se lanzó al proyecto no dudó en llamar a Francisco para que hiciera la traducción completa.
Francisco Macías Valdés ha demostrado su capacidad más allá de este libro, y seguirá haciéndolo. No lo digo yo, lo dicen varios expertos. Me consta que es buscado por muchos poetas y editoriales. También me consta que es selectivo y que no traduce poesía si no siente el aguijonazo: esa vital necesidad de adentrarse en un texto ajeno y volverlo propio. Así se forja un traductor.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario