Para Elvia Ardalani lo primero es la sed, un nombre que alguien pronuncia en un idioma extranjero, un antiguo camino labrado por la arena, un periplo ajeno que se vuelve propio en el azogue de la memoria y el deseo; lo primero es el hambre, la húmeda feracidad de los cuerpos que se construyen con la arcilla del alba, que se alimentan de tempestades y naufragan en busca del vocablo exacto que desdiga sus fronteras; lo primero es el abismo, la ausencia colmada, el sedimento y la gota prístina del calostro infinito, del llanto inaugural que todo lo despierta, que todo lo renombra. Para Ardalani lo primero es la presencia.
De cruz y media luna evidencia la metáfora del ser y la existencia, todo en su poética es circular, cíclico: la nostalgia y el instinto, el silencio cósmico y la fugacidad de la carne, el vendaval y lo pétreo, la permanencia del origen y las lumbres, el hueco sideral y los universos minúsculos, lo arbóreo y lo telúrico, los presagios y la inmediatez de un vientre que germina una hendidura, una música marítima que bifurca la vida, que reproduce una y otra vez el barro fresco de la semilla y la esperanza. La fecundidad amniótica de lo húmedo teje su red semántica en los poemas de Ardalani, como una leche subterránea y transparente creadora de urdimbres primigenias, como un símbolo de lo posible, de la potencialidad del lenguaje y de la finitud temporal.
De cruz y media luna es también el registro lírico de una intersección multicultural: mismidad y otredad se entrelazan en un sincrónico vórtice que conjuga lenguas, credos y dioses. Las raíces familiares, los olores, sabores y canciones que revisten la cotidianidad de la tradición, configuran la identidad y el horizonte de comprensión de los habitantes de los poemas de Elvia Ardalani: un hombre y una mujer que emprenden bajo un mismo paso sus propias búsquedas y por amor se trascienden a través de la concepción de un hijo que no se define como herencia signada, sino más bien como un eje de múltiples posibilidades existenciales.
La poesía de Ardalani reúne en torno a la lucidez y contundencia de su palabra, una serie de referentes que nos vinculan de manera directa e irreversible con su experiencia poética: la necesidad de ser saciado, la posibilidad de ser uno mismo en el otro, la pertenencia a un núcleo identitario, la solidez de los lazos filiales y el reconocimiento de la libertad. De cruz y media luna alberga una poética corpórea que otorga un rostro fidedigno a las imágenes propuestas, hay en su voz y en su mirada una silenciosa transparencia, el ritmo de una respiración que se agita y se aquieta; hay detrás de todos sus versos la imperturbable certeza de lo amado.
Sobre Sara Uribe
Nació en Querétaro en 1978 y radica en Tampico, Tamaulipas desde 1996. Poeta. Licenciada en filosofía. Directora del Archivo Histórico de Tampico. Ha publicado los libros Lo que no imaginas (Conarte, 2005) y Palabras más, palabras menos (IMAC, 2006). Premio de Literatura del Noreste Carmen Alardín 2004.Premio Nacional de Poesía Tijuana 2005.Premio Nacional de Poesía Clemente López Trujillo (Bienal de Literatura Yucatán 2004-2005).
Un blog sobre lecturas, transculturización y mestizajes
viernes, 29 de agosto de 2008
martes, 22 de julio de 2008
FRANCISCO MACÍAS VALDÉS: SOBRE EL DIFÍCIL ACTO DE LA TRADUCCIÓN POÉTICA
Traducir, en general, no es fácil. El lenguaje está intrínsicamente relacionado a la experiencia sociocultural y por lo tanto a todos aquellos pormenores emocionales que surgen de tales vínculos. El caso del humor y las aristas que conlleva a la hora de la traducción, es más que conocido. Todo esto se acentúa en la traducción poética. En poesía todo es ambigüo, las significaciones plurivalentes y, sin embargo, el lenguaje poético sigue partiendo de una experiencia sociocultural clara y definida, lo mismo que el registro diario del lenguaje. Recientemente, platicando con un poeta, me comentaba que la poesía únicamente debe ser traducida por poetas. No estoy del todo de acuerdo. Es decir, hay traductores de poesía que tienen la suficiente sensibilidad poética para recrear el texto de tal forma que logre producir un efecto similar al del poema original. Son los traductores que se vuelven verdaderos poetas en el delicado acto de la traducción. Por otro lado, y haciendo honor a la verdad, los poetas también pueden ser pésimos traductores. Se da el caso de los poetas que al traducir, posiblemente conducidos por la propia vocación, se dejan llevar por las palabras y su visión estética, creando traducciones en las que poco queda del texto original. No estoy implicando que un poeta no pueda ser un buen traductor de poesía, ni que un traductor que no es poeta es el único calificado para traducir. Simplemente es cuestión de situaciones, de balance, y sobre todo, de talento.
En este sentido Francisco Macías Valdés es un excelente traductor poético. Pocas personas saben que, de hecho, vive de la traducción. Mi encuentro con él fue fortuito, una de esas cosas que pasan en la vida y son verdaderas bendiciones. Hace varios años fue mi alumno en una clase de literatura medieval, uno de los estudiantes más brillantes y más cultos que he tenido. En aquella ocasión le regalé la primera edición de De cruz y media luna, publicado en Tierra de Libros. Después Francisco se marchó a Colorado, a continuar sus estudios de Literatura Inglesa. Un día me escribió para contarme que estaba traduciendo algunos poemas del libro y me los envió. Me impresionaron sus traducciones, así de simple. Los mitos de que una mujer debe ser traducida por una mujer o de que sólo un poeta puede traducir a otro, cayeron bajo su propio peso. Francisco es un traductor nato, basta saber su biografía para entenderlo, conoce bien los dos mundos y las dos lenguas. Tiene una tendencia irrevocable hacia la pulcritud y el detalle, imprescindibles en el acto de la traducción. Y más que nada tiene sensibilidad poética. Ha hecho algunas incursiones en el desarrollo de su propia obra, pero sigue estrujándole el corazón la recreación poética. A mí me impresiona de manera particular su respeto por el texto original y su capacidad para rehacerlo en otra lengua como si hubiera nacido de ella. El escritor Raúl Macín (Q.E.P.D), editor de la segunda edición del libro en Claves Latinoamericanas, y buen conocedor de la lengua inglesa, quedó profundamente impresionado por las traducciones, y cuando se lanzó al proyecto no dudó en llamar a Francisco para que hiciera la traducción completa.
Francisco Macías Valdés ha demostrado su capacidad más allá de este libro, y seguirá haciéndolo. No lo digo yo, lo dicen varios expertos. Me consta que es buscado por muchos poetas y editoriales. También me consta que es selectivo y que no traduce poesía si no siente el aguijonazo: esa vital necesidad de adentrarse en un texto ajeno y volverlo propio. Así se forja un traductor.
En este sentido Francisco Macías Valdés es un excelente traductor poético. Pocas personas saben que, de hecho, vive de la traducción. Mi encuentro con él fue fortuito, una de esas cosas que pasan en la vida y son verdaderas bendiciones. Hace varios años fue mi alumno en una clase de literatura medieval, uno de los estudiantes más brillantes y más cultos que he tenido. En aquella ocasión le regalé la primera edición de De cruz y media luna, publicado en Tierra de Libros. Después Francisco se marchó a Colorado, a continuar sus estudios de Literatura Inglesa. Un día me escribió para contarme que estaba traduciendo algunos poemas del libro y me los envió. Me impresionaron sus traducciones, así de simple. Los mitos de que una mujer debe ser traducida por una mujer o de que sólo un poeta puede traducir a otro, cayeron bajo su propio peso. Francisco es un traductor nato, basta saber su biografía para entenderlo, conoce bien los dos mundos y las dos lenguas. Tiene una tendencia irrevocable hacia la pulcritud y el detalle, imprescindibles en el acto de la traducción. Y más que nada tiene sensibilidad poética. Ha hecho algunas incursiones en el desarrollo de su propia obra, pero sigue estrujándole el corazón la recreación poética. A mí me impresiona de manera particular su respeto por el texto original y su capacidad para rehacerlo en otra lengua como si hubiera nacido de ella. El escritor Raúl Macín (Q.E.P.D), editor de la segunda edición del libro en Claves Latinoamericanas, y buen conocedor de la lengua inglesa, quedó profundamente impresionado por las traducciones, y cuando se lanzó al proyecto no dudó en llamar a Francisco para que hiciera la traducción completa.
Francisco Macías Valdés ha demostrado su capacidad más allá de este libro, y seguirá haciéndolo. No lo digo yo, lo dicen varios expertos. Me consta que es buscado por muchos poetas y editoriales. También me consta que es selectivo y que no traduce poesía si no siente el aguijonazo: esa vital necesidad de adentrarse en un texto ajeno y volverlo propio. Así se forja un traductor.
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